viernes, 8 de noviembre de 2013

LA MAGIA DE LA PSICOTERAPIA


En noviembre del 2011 tuve la oportunidad de asistir al tercer congreso internacional de psicología en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y presenciar el trabajo de Betty Alice Erikson y de Bradford Keeney y  Hillary Stephenson, si saben de quien hablo sabrán que la primera heredó el estilo de trabajo de su padre Milton H. Erikson, considerado uno de los más grandes hipnoterapeutas, y el estilo de los otros dos muestra la influencia de algunas tradiciones chamánicas, hay personas que llegan a considerar su trabajo como transpersonal.

Después de sus respectivos talleres encontré entre mis compañeros y compañeras diferentes opiniones y actitudes, había quienes se sentían realmente emocionados por ser parte de ese momento y que consideraban a estas figuras como verdaderos artistas del cambio y por otro lado quienes no los consideraban más que unos charlatanes y que todo lo visto no era más que un simple proceso de sugestión.

 Leerán mi opinión un poco más adelante, ahora quiero expresar que lo que más me asombra no es la forma en la que trabajan sino que las actitudes de los espectadores son las mismas que en el siglo XVIII, cuando Franz Anton Mesmer descubrió algo a lo que él llamó “magnetismo animal”. Este personaje curaba todo tipo de enfermedades y dolencias con el simple acto de tocar al enfermo con una varita imantada, uno de sus casos más famosos fue curar la ceguera de María Teresa Paradis, una joven pianista de Viena, esta y las demás curas provocaron que todos los enfermos de la ciudad, principalmente los ricos y elegantes, acudieran únicamente a él, una tragedia para la cartera de los demás médicos quienes inmediatamente trataron de terminar con esta “charlatanería” comprobando que María Teresa nunca estuvo realmente curada ¿cómo lo hicieron? un grupo de médicos les comunicó el rumor a los Paradis de que en caso de la emperatriz se enterase de que María Teresa había recobrado la vista, ésta retiraría la pensión de la cual vivía la familia, así que los Paradis entraron a la casa de Mesmer exigiendo el retorno de su hija a quien sacaron a rastras y, ante la negativa de partir, la arrojaron hacia la pared y mostraron sus espadas, finalmente, María Teresa volvió a quedar completamente ciega.

Después de este acto en contra de Mesmer y de que este le devolviera, una vez más, la vista a María Teresa se nombró una comisión para investigar las actividades de Mesmer, la cual le entregó un veredicto que ordenaba “cesar su práctica fraudulenta”, lo expulsaron de la facultad de medicina y le dieron a elegir entre cerrar su consultorio o abandonar Viena.

Ya establecido en París se volvió la mayor sensación en la medicina y acudieron a él personalidades de la talla de María Antonieta, Montesquieu, Lafayette, Benjamín Franklin, entre otros. Sus espectaculares métodos e increíbles curas llegaron a distraer a los franceses de su revolución.

Tiempo después Mesmer notó que no necesitaba de ningún imán o material, ni siquiera tenía que tocarlos, bastaba su sola presencia en la habitación para curar todo mal. Pero no siempre el éxito estaba presente, al analizar Mesmer sus fracasos halló una importante explicación:

Debía ser, argüía, que ciertos pacientes se resistían a esa influencia. Era menester que el paciente deseara una mejoría, tuviese confianza en el médico y cooperase con él, de lo contrario no sacaría beneficio alguno del tratamiento. Este lazo de simpatía, esta mutua comprensión, es lo que conocemos como rapport.

Si Mesmer se hubiese desembarazado de esa noción de magnetismo animal y hubiese centrado su atención a la influencia no física, sino mental, a esa sugestión sobre sus pacientes otra historia sería y Mesmer sería una de las personalidades más importantes de la medicina y psicología.

En cuanto a mi opinión de este tipo de técnicas, me encuentro totalmente abierto y las acepto y creo que a través de la hipnosis y la sugestión podemos hacer grandes cambios y, aunque en la práctica prefiera manejar una intervención diferente, considero que deben ser estudiadas, saber cómo es que actúan en el cerebro y conocer este proceso que, obviamente, forma parte del inconsciente.

Para concluir les contaré una anécdota que refuerza mi punto de vista, durante los primeros meses del 2011 y por parte del plan de estudios de mi facultad asistíamos a una escuela a tener prácticas con el estudiantado que presentaba diferentes problemáticas, uno de los casos que atendí era un niño de nueve años que había sido diagnosticado con TDAH y que, según su profesora, presentaba uno de los peores comportamientos. Durante la entrevista en la primera sesión y las siguientes cuatro sesiones, en las cuales aplique algunas pruebas proyectivas y él aprovechaba para hablarme de su vida y sus pasatiempos, ocurrió algo que sorprendió tanto a la profesora, a la directora y a la madre de mi paciente: cambió. No sé con exactitud en qué o cuánto ya que su profesora se retiró y no me entregó uno de los inventarios y en la experiencia que tuve con él siempre lo note como un niño normal, de hecho nunca tuve algún tipo de dificultad para que siguiera las instrucciones. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fueron las palabras de su madre, mencionó que había asistido con más de seis psicólogas y dos psiquiatras y los mejores resultados fueron conmigo, creo que ambos estábamos igual de sorprendidos.

¿Qué hice? Nada fuera del otro mundo ¿cómo lo logré? No lo sé, quizá fue la impresión que tuvo de mí lo que hizo que se atreviera a sentir confianza, aceptar las directivas y no rechazar ese vínculo paciente-terapeuta, quizá yo mostré interés en su vida fuera de la escuela y no me centré sólo en las problemáticas, tal vez desarrollo esa empatía porque a ambos nos gustaban las mismas cosas, el heavy metal y tocar la guitarra, algo pasó, no puedo explicar qué, pero a todos nos agradó el resultado.
 

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