En noviembre del 2011 tuve la
oportunidad de asistir al tercer congreso internacional de psicología en la
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y presenciar el trabajo de Betty
Alice Erikson y de Bradford Keeney y
Hillary Stephenson, si saben de quien hablo sabrán que la primera heredó
el estilo de trabajo de su padre Milton H. Erikson, considerado uno de los más
grandes hipnoterapeutas, y el estilo de los otros dos muestra la influencia de
algunas tradiciones chamánicas, hay personas que llegan a considerar su trabajo
como transpersonal.
Después de sus respectivos
talleres encontré entre mis compañeros y compañeras diferentes opiniones y
actitudes, había quienes se sentían realmente emocionados por ser parte de ese
momento y que consideraban a estas figuras como verdaderos artistas del cambio
y por otro lado quienes no los consideraban más que unos charlatanes y que todo
lo visto no era más que un simple proceso de sugestión.
Leerán mi opinión un poco más adelante, ahora
quiero expresar que lo que más me asombra no es la forma en la que trabajan
sino que las actitudes de los espectadores son las mismas que en el siglo
XVIII, cuando Franz Anton Mesmer descubrió algo a lo que él llamó “magnetismo
animal”. Este personaje curaba todo tipo de enfermedades y dolencias con el
simple acto de tocar al enfermo con una varita imantada, uno de sus casos más
famosos fue curar la ceguera de María Teresa Paradis, una joven pianista de
Viena, esta y las demás curas provocaron que todos los enfermos de la ciudad,
principalmente los ricos y elegantes, acudieran únicamente a él, una tragedia
para la cartera de los demás médicos quienes inmediatamente trataron de
terminar con esta “charlatanería” comprobando que María Teresa nunca estuvo
realmente curada ¿cómo lo hicieron? un grupo de médicos les comunicó el rumor a
los Paradis de que en caso de la emperatriz se enterase de que María Teresa
había recobrado la vista, ésta retiraría la pensión de la cual vivía la
familia, así que los Paradis entraron a la casa de Mesmer exigiendo el retorno
de su hija a quien sacaron a rastras y, ante la negativa de partir, la
arrojaron hacia la pared y mostraron sus espadas, finalmente, María Teresa
volvió a quedar completamente ciega.
Después de este acto en contra de
Mesmer y de que este le devolviera, una vez más, la vista a María Teresa se
nombró una comisión para investigar las actividades de Mesmer, la cual le
entregó un veredicto que ordenaba “cesar su práctica fraudulenta”, lo
expulsaron de la facultad de medicina y le dieron a elegir entre cerrar su
consultorio o abandonar Viena.
Ya establecido en París se volvió
la mayor sensación en la medicina y acudieron a él personalidades de la talla
de María Antonieta, Montesquieu, Lafayette, Benjamín Franklin, entre otros. Sus
espectaculares métodos e increíbles curas llegaron a distraer a los franceses
de su revolución.
Tiempo después Mesmer notó que no
necesitaba de ningún imán o material, ni siquiera tenía que tocarlos, bastaba
su sola presencia en la habitación para curar todo mal. Pero no siempre el
éxito estaba presente, al analizar Mesmer sus fracasos halló una importante
explicación:
Debía ser, argüía, que ciertos
pacientes se resistían a esa influencia. Era menester que el paciente deseara
una mejoría, tuviese confianza en el médico y cooperase con él, de lo contrario
no sacaría beneficio alguno del tratamiento. Este lazo de simpatía, esta mutua
comprensión, es lo que conocemos como rapport.
Si Mesmer se hubiese
desembarazado de esa noción de magnetismo animal y hubiese centrado su atención
a la influencia no física, sino mental, a esa sugestión sobre sus pacientes
otra historia sería y Mesmer sería una de las personalidades más importantes de
la medicina y psicología.
En cuanto a mi opinión de este
tipo de técnicas, me encuentro totalmente abierto y las acepto y creo que a
través de la hipnosis y la sugestión podemos hacer grandes cambios y, aunque en
la práctica prefiera manejar una intervención diferente, considero que deben
ser estudiadas, saber cómo es que actúan en el cerebro y conocer este proceso
que, obviamente, forma parte del inconsciente.
Para concluir les contaré una
anécdota que refuerza mi punto de vista, durante los primeros meses del 2011 y
por parte del plan de estudios de mi facultad asistíamos a una escuela a tener
prácticas con el estudiantado que presentaba diferentes problemáticas, uno de
los casos que atendí era un niño de nueve años que había sido diagnosticado con
TDAH y que, según su profesora, presentaba uno de los peores comportamientos.
Durante la entrevista en la primera sesión y las siguientes cuatro sesiones, en
las cuales aplique algunas pruebas proyectivas y él aprovechaba para hablarme
de su vida y sus pasatiempos, ocurrió algo que sorprendió tanto a la profesora,
a la directora y a la madre de mi paciente: cambió. No sé con exactitud en qué
o cuánto ya que su profesora se retiró y no me entregó uno de los inventarios y
en la experiencia que tuve con él siempre lo note como un niño normal, de hecho
nunca tuve algún tipo de dificultad para que siguiera las instrucciones. Sin
embargo, lo que más llamó mi atención fueron las palabras de su madre, mencionó
que había asistido con más de seis psicólogas y dos psiquiatras y los mejores
resultados fueron conmigo, creo que ambos estábamos igual de sorprendidos.
¿Qué hice? Nada fuera del otro
mundo ¿cómo lo logré? No lo sé, quizá fue la impresión que tuvo de mí lo que
hizo que se atreviera a sentir confianza, aceptar las directivas y no rechazar
ese vínculo paciente-terapeuta, quizá yo mostré interés en su vida fuera de la
escuela y no me centré sólo en las problemáticas, tal vez desarrollo esa
empatía porque a ambos nos gustaban las mismas cosas, el heavy metal y tocar la
guitarra, algo pasó, no puedo explicar qué, pero a todos nos agradó el resultado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario