A pesar de que podemos
considerar el amor como un sentimiento universal, presente prácticamente en
cualquier cultura sobre la faz de la tierra, son innumerables las diferentes
representaciones que podemos encontrar del amor, de la misma forma son varios
los senderos que nos llevan a su comprensión.
Podemos tomar en cuenta a
Platón, por ejemplo, quien considera al amor como “el esfuerzo por restaurar la unidad originaria de la
naturaleza humana. De ahí que el amor recíproco sea innato en el hombre y que
intente retornar a la antigua naturaleza y hacer de dos uno y curar así la
debilidad humana… Y cuando al fin la
parte amante… encuentra a su autentica otra mitad, entonces se sienten
conmovidos ambos por una maravillosa amistad, confianza y amor y no quieren,
para decirlo brevemente, separarse uno del otro ni un solo instante. Cada uno
de ellos está poseído por el deseo de hacer de dos uno, unido y fundido con su
amante”.
También podríamos ver al
enamoramiento como una reacción química, que en una primera instancia nuestra
feniletilamina orquesta la secreción de diferentes sustancias como la dopamina
o la norepinefrina lo que produce un efecto de euforia y la pérdida de este
estado genera un gran desasosiego. Y en una segunda etapa se segregan
endorfinas y encefalinas las cuales producen en las parejas estables
sentimientos de seguridad, paz y calma. Y que ante la muerte o separación de uno
de los amantes llegan las depresiones, angustias e incluso paranoia. Los síntomas
no difieren mucho del síndrome de abstinencia en los casos de drogadicción.
Para comprenderlo desde el punto de vista psicológico podemos citar a
Erich Fromm, autor de uno de los textos más leídos sobre el tema:
“El amor del hombre es una fuerza activa que atraviesan los muros que
separan al hombre de sus semejantes y que le reúnen con los otros. El amor le
hace posible superar el sentimiento de soledad y de separación, pero le permite
también seguir fiel a sí mismo y conservar su integridad y su manera de ser. En
el amor se realiza la paradoja de que dos se hagan uno y no obstante seguir
siendo dos”
Y ya que resulta imposible separar la sexualidad del amor tomemos en
cuenta la opinión del padre del psicoanálisis, para Freud la sexualidad en su
forma sensual más tosca era el origen de los afectos psíquicos más sutiles,
especialmente del amor, la ternura y la simpatía. Los sentimientos
amorosos fueron definidos incluso como
una “sexualidad inhibida en su fin”; de acuerdo con la doctrina freudiana los
sentimientos de simpatía procedían de una satisfacción sexual obstaculizada en su
realización directa; la sublimación del placer sexual haría posible, mediante
una misteriosa alquimia, crear el metal noble de la auténtica simpatía a partir
de la innoble estofa de los deseos sexuales primitivos.
Podemos contemplar en estas posturas provenientes de tres diferentes
campos del conocimiento que el amor guía a cada ser humano a la búsqueda de la
unión con otro ser, sin embargo, la experiencia del enamoramiento suele ser
diferente de persona en persona. Y de la misma forma existen diferentes tipos
de amor, Erich Fromm mencionaba cuatro tipos de amor, dependiendo del objeto al
cual iba dirigido este sentimiento, el amor erótico, el amor fraternal, el amor
a sí mismo y el amor a Dios; el psicólogo estadounidense Robert Stemberg habló
de siete diferentes vínculos los cuales dependían de la presencia o ausencia de
estos tres elementos: Intimidad, el vínculo que hace que nos sintamos cercanos
o en confianza con otras personas; Pasión, el deseo sexual o romántico hacia
otra persona; y compromiso, el deber moral de mantenernos unidos a otra persona.
Aunque exista una universalidad del sentimiento del amor y este tenga
una base biológica debemos reconocer que la educación y la ilustración sexual ejercen
un enorme influjo sobre la configuración posterior de la vida erótica. Por lo
tanto, a pesar de que podamos contemplar al amor como un instinto, no son los
instintos los que definen la personalidad, sino que es la personalidad la que
determina la naturaleza y la forma de manifestarse del instinto.
Y así como la cultura y los estilos de crianza (sobre los cuales pueden leer aquí, aquí y aquí) influyen en la manera en
la que concebimos el amor también influyen en el desarrollo de nuestra
personalidad. Por lo que en todos los fracasos
y perversiones sexuales se encuentra siempre el tipo solitario, aislado,
angustiado y narcisista, que no encontró en la infancia el acceso al corazón de
otros seres. El sentimiento social pobremente desarrollado impone a su vez
formas deficitarias de vida amorosa,
porque la vinculación auténtica y responsable a un Tú es presentida como una
amenaza para el Yo angustiado y hostil. Es por ello que las tendencias sexuales
sólo pueden satisfacerse en el ámbito de las relaciones sociales: la sexualidad
es un problema de convivencia específico. Y no se puede resolver en la medida
que se sea capaz de ligarse a otra persona; donde falta esta capacidad de
contacto y cooperación, el impulso sexual tropieza con un límite infranqueable
al que tendrá que adaptarse y amoldarse.
El tema del amor es realmente vasto e interesante y me resulta un tanto
complicado exponer todos sus aspectos en un solo artículo, en otra ocasión
volveremos a tocar el tema; por el momento, sigamos desarrollando y tomando
conciencia de esta cualidad.