Freud describe el término narcisismo,
retomando a P. Nácke, como aquella conducta por la cual un individuo da a su
cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual;
vale decir, lo mira con complacencia sexual, lo acaricia, lo mima, hasta que
gracias a estos manejos alcanza la satisfacción plena. En este cuadro,
cabalmente desarrollado, el narcisismo cobra el significado de una perversión
que ha absorbido toda la vida sexual de la persona.
Poseemos una cantidad fija
de energía que puede ser usada tomando como objeto a uno mismo o a los demás. El
poder de esta energía que se vuelca a uno mismo es reconocido por el principio “ama
a los demás como a ti mismo”. Todos somos en diversos grados narcisistas y este
narcisismo aumenta cuando nos sentimos amenazados en nuestros valores vitales y
en nuestras posesiones. En las etapas críticas del ciclo vital – la adolescencia,
el climaterio y el inicio de la senectud – hay una tendencia hacia el
incremento del narcisismo.
Sin embargo, hay un tipo de
narcisismo que se presenta en todas las personas de la misma forma, me refiero
al narcisismo primario. Erich Fromm explica que la única realidad de la que
puede tener experiencia el infante es su propio cuerpo y sus necesidades,
necesidades fisiológicas y necesidades de calor y afecto. El mundo exterior
sólo existe como el alimento y el calor necesarios para la satisfacción de sus
propias necesidades pero no como algo o alguien realista y objetivamente reconocido.
En el desarrollo normal, esta forma de narcisismo es superada lentamente por
una consciencia creciente de la realidad exterior y por el correspondiente
sentimiento, cada vez más acentuado, del “yo” como diferente del “tú”. Este cambio
ocurre primero en el plano de la percepción sensorial, cuando las personas y
las cosas son percibidas como entidades diferentes y específicas, percepción
que es la base de la posibilidad del lenguaje: nombrar las cosas presupone
reconocerlas como entidades individuales e independientes. Se necesita mucho
más tiempo para que la fase narcisista sea superada emocionalmente, hasta la
edad de siete u ocho años para el infante las otras personas existen sobre todo
como medios para satisfacer sus necesidades. Son intercambiables en la medida
en que desempeñan la función de satisfacer esas necesidades, y es sólo hasta
los ocho o nueve años que las otras personas son percibidas de tal suerte, que
el niño puede empezar a amar, es decir, a sentir que las necesidades de otra persona son tan
importantes como las suyas propias.
El narcisismo primario es un
fenómeno normal, conforme con el desarrollo normal, fisiológico y mental, del
niño. Pero también existe narcisismo en etapas posteriores de la vida
(narcisismo secundario), si el niño en crecimiento no desarrolla la capacidad
de amar, o si la pierde. El narcisismo es la esencia de todas las enfermedades psíquicas graves. Para las personas narcisistamente afectadas, no hay más que
una realidad, la de sus propios sentimientos pensamientos y necesidades. El mundo
exterior no es percibido como objetivamente existente, es decir, como existente
en sus propias condiciones, circunstancias y necesidades. La forma más
extremada de narcisismo se encuentra en todas las formas de locura. La persona
perturbada ha perdido el contacto con el mundo, se ha recogido dentro de sí
misma, no puede percibir la realidad física ni humana tal como es, sino únicamente
tal como la forman y determinan sus propios
procesos interiores. No reacciona al mundo exterior, y si reacciona no lo hace
de acuerdo con su realidad (del mundo), sino de acuerdo con sus propios
procesos intelectuales y afectivos. El narcisismo es el polo opuesto de la
objetividad, la razón y el amor.
El narcisismo es una
tendencia humana a eliminar selectivamente de nuestras percepciones aquello que
es contrario a nuestros deseos e intereses, así como a sobrevalorar lo que es
nuestro: nuestras capacidades, ideas y posiciones. Esta sobrevaloración de lo
propio conduce a una impercepción de los deseos e intereses de los demás. Es claro
que esta disposición de carácter interfiere en cualquier relación humana, pero
sus consecuencias son particularmente ostensibles en la relación del terapeuta
con el paciente.
Freud señalaba que los
pacientes parafrénicos muestran dos rasgos fundamentales de carácter: el
delirio de grandeza y el extrañamiento de su interés respecto del mundo
exterior (personas y cosas). Esta última alteración los hace inmunes al psicoanálisis,
los vuelve incurables sus empeños. Ahora bien, el extrañamiento del parafrénico
respecto del mundo exterior reclama una caracterización más precisa. También el
histérico y el neurótico obsesivo han resignado (hasta donde los afecta su enfermedad)
el vínculo con la realidad. Pero el análisis muestra que aunque en modo alguno
han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas, aún lo conservan en la
fantasía; vale decir: han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios
de su recuerdo o los han mezclado con estos, por un lado; y por el otro, han
renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus
fines en esos objetos. A este estado de la libido debería aplicarse con
exclusividad la expresión que Jung usa indiscriminadamente: introversión de la
libido. Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que
empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia
de una frustración no puede amar.
La fantasía juega un papel
importante en el proceso mediante el cual se alcanza la madurez. Ramón de la
Fuente distinguía entre dos clases de fantasías: las narcisistas, que consisten en la anticipación de lo que es deseado,
y las creativas, las cuales radican en la anticipación de lo que es posible. Esta
distinción es importante ya que en un caso se anticipa y se pone a prueba la acción
y en el otro se prescinde de la acción, sustituyendo la realidad por
imaginación.
Vale la pena retomar la
relación que Freud hace entre el “yo ideal” y el narcisismo. Ya que sobre este
yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real.
El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil,
se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. Aquí, como siempre
ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar
a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección
narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las
admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su
juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él
proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de
su infancia, en la que él fue su propio ideal.
Jesse Gault propone seis
razones por las cuales los casos de trastornos de la personalidad están
aumentando, particularmente el trastorno narcisista:
1. Inestabilidad en la primera infancia.
2.
Disminución del tejido social.
3.
Pérdida de modelos de conducta.
4.
El individualismo como valor máximo de la
sociedad.
5.
El egoísmo que se considera sano y un valor
primordial (la persona como centro del mundo).
6.
Mayor apertura a la queja como estilo de comunicación.
Una generación de quejosos que han perdido la idea de esforzarse y que creen
merecerlo todo.
El hecho de que el fracaso
total en el intento de relacionarse uno con el mundo sea la locura pone en
relieve otro hecho: que la condición para cualquier otro tipo de vida
equilibrada es alguna forma de relación con el mundo. Pero entre la diversas
formas de relación, sólo la productiva, el amor, llena la condición de permitir
a uno conservar su libertad e integridad mientras se siente, al mismo tiempo
unido con el prójimo.
La superación del narcisismo
y su reemplazo por el realismo, el altruismo, el amor y la solidaridad,
indicadores de la madurez, son procesos graduales. Aunque hay que reconocer que
las diferencias individuales son notables, en las personas más sanas ocurre con
el tiempo una disminución de la importancia de las inclinaciones personales y
un aumento de los sentimientos en los que se toma en cuenta a los demás. A una
persona madura le resulta intolerable buscar la felicidad a expensas de otros.
La incapacidad para ver y
sentir fuera de uno mismo hace prácticamente imposible la adaptación en el mundo
real, la terapia individual puede disminuir los síntomas del trastorno
narcisista y la empatía con el terapeuta puede ayudar a que se forme un equipo
que trabaje para concientizar los problemas y buscar posible soluciones.