Durante casi 50 años, la comunidad
científica ha mostrado interés por lo que ocurre con las personas con la
práctica de la meditación desde los efectos clínicos hasta la fenomenología y
la neurobiología.
El principal interés que
tiene la ciencia sobre la meditación es conocer y entender a detalle los
sistemas neuronales que se utilizan para alcanzar los estados de meditación y
también para determinar los efectos que la práctica regular tiene en la función
y estructura cerebral. Sin embargo, el principal desafío al que se enfrenta la
investigación es la misma complejidad de los estados de meditación. Generalmente,
cuando se estudia el cerebro se recurre a tareas sencillas, repetitivas y
fáciles de monitorear, como por ejemplo, el tiempo de reacción ante un estímulo
o las zonas del cerebro que activan determinada emoción y tal actividad; en
cambio, con la meditación encontramos que puede ser muy compleja y variable de
un momento a otro. En un momento una persona puede estar totalmente concentrada
en su respiración y de repente evocar algún recuerdo, puede ser consciente de
la distracción y regresar al foco de atención que es la respiración y de nuevo
evocar otro recuerdo que despierte alguna emoción, ya sea agradable o
desagradable.
Hasta el momento, gracias al
avance y el desarrollo de las nuevas tecnologías que nos permiten conocer y
visualizar el funcionamiento del cerebro hemos hecho de nuestro conocimiento
que al meditar ocurre una activación de la corteza prefrontal dorsolateral,
esta zona está asociada con las funciones ejecutivas, la toma de decisiones y
la atención.
Otras investigaciones han
encontrado que la meditación lleva a una mayor activación de la corteza
cingulada, en particular en la subdivisión anterior. Se sabe que la subdivisión
anterior de la corteza cingulada desempeña un papel fundamental en la integración
de la atención, la motivación y el control motor. También se ha demostrado que al
subdividir esta misma zona en un área dorsal y una superior, la primera se
activa más con tareas cognitivas mientras que la superior con tareas que
presentan una carga emotiva.
Otros hallazgos han
demostrado que la corteza insular o ínsula también se activa con la meditación.
La ínsula se asocia con la interocepción, o suma de sentimientos viscerales e
instintivos que se experimentan en un momento dado, y también se ha implicado
como la principal región de cerebro implicada en el procesamiento de
sensaciones físicas pasajeras. La mayor activación de esta zona durante la
meditación podría reflejarla cuidadosa atención que el practicante de la
meditación presta por el aumento y descenso de las sensaciones internas. La ínsula
también está asociada con diferentes trastornos, como la esquizofrenia y la
depresión.
Electroencefalografías revelan
que pacientes que sufren de ansiedad y depresión muestran una mayor actividad
en el hemisferio derecho cuando descansan tranquilamente, mientras que sujetos
que no presentan ningún trastorno muestran más actividad en el hemisferio
izquierdo. En un estudio realizado por Richard Davidson se demostró que después
de un entrenamiento en mindfulness de 8 semanas, se encontró un cambio hacia la
izquierda en el nivel de activación, este cambio persistió por 3 meses después del
estudio.
Son varios los beneficios
que brinda la práctica de la meditación, desde un mejor y mayor manejo del
proceso de atención hasta aumentar el nivel de inteligencia, esto sin mencionar
las mejoras en nuestra vida diaria al desarrollar una mayor consciencia de
nosotros mismos, regulando mejor nuestras respuestas emocionales y dejando de
lado esos estados de apego y aversión para permitirnos disfrutar de la vida de
una forma más plena.
Y usted que está leyendo
esto ¿Qué espera para empezar a meditar?