Ya desde el
artículo anterior estábamos revisando la teoría del apego, más en específico el
el trabajo de John Bowlby, en esta ocasión toca el turno a Mary Ainsworth.
Quien en
1950 viajó a Londres para incorporarse al equipo de investigación de Bowlby y
estudiar los efectos de la privación materna temprana sobre el desarrollo de la
personalidad. En tres años fue capaz de familiarizarse con las ideas de Bowlby
lo suficiente como para realizar el primer estudio empírico del apego, cuyo
objetivo principal era conocer el inicio de las señales y conductas de
aproximación del bebé a la madre. Posteriormente se dedicó a estudiar el concepto
de sensibilidad materna a las señales del hijo y notó que esta se relacionaba
de forma significativa con un apego seguro. Observó, además, tres patrones de relaciones: seguras (el niño
lloraba poco y parecía contento explorando en presencia de la madre), inseguras
(lloraba con frecuencia incluso cuando la madre lo cargaba, y exploraba poco) y
no apegadas (no manifestaba aún una conducta diferencial).
Inmediatamente
después inició otro estudio observacional, el proyecto Baltimore, en el que se
analizó la relación madre-hijo en distintos contextos: alimentación,
interacción cara a cara, llanto, conductas de saludo y seguimiento, equilibrio
entre conductas de exploración y de apego, obediencia contacto corporal
estrecho, búsqueda de la proximidad y contactos afectuosos. Los resultados
señalaban que durante los tres primeros meses iban surgiendo patrones
característicos de interacción. Había importantes diferencias entre las madres
en sensibilidad y grado de respuesta rápida y apropiada a las señales del hijo.
Además la sensibilidad predecía unas relaciones posteriores más armoniosas. Los
niños cuyas madres habían respondido más adecuadamente a su llanto tendían a
llorar menos, a ser más expresivos facial y gestualmente y a vocalizar más.
Además, buscaban menos el contacto con ella, aunque cuando se producía
resultaba más afectuoso y gratificante.
En otro
aspecto del estudio, diseñado para analizar el equilibrio entre las conductas
de apego y exploración en condiciones de bajo y alto estrés, se demostró, como
se esperaba, que los niños exploraban más la habitación y los juguetes cuando
estaban solos con la madre que después de entrar un extraño o marcharse ella.
Este procedimiento es conocido como la Situación Extraña
Además, a partir de lo observado en este estudio
podemos resaltar la clasificación de los diferentes estilos, en donde se evalúa
a dos niveles. En primer lugar, se identifican y puntúan, sobre una escala de
siete puntos, la presencia de determinadas categorías de comportamiento:
búsqueda de proximidad, búsqueda y mantenimiento del contacto, evitación
resistencia, búsqueda de la figura de apego durante los episodios separación e
interacción a distancia con ella y con el extraño. A un segundo nivel, los
calificadores utilizan las puntuaciones obtenidas en determinadas categorías:
vinculación con el cuidador, exploración, afiliación al extraño y miedo/recelo
con el fin de clasificar a los sujetos en uno de los tres tipos principales de
apego: seguro, de evitación y ambivalente.
En el apego seguro (tipo B). Se aprecia el vínculo
afectivo con la figura principal de apego en la interacción que mantiene con
ella, caracterizada por el intercambio de objetos, un patrón de
alejamiento-proximidad-alejamiento y la interacción a distancia. Cuando la
madre se ausenta la busca y se aflige, muestra una conducta inhibida, pero no
llora. En el reencuentro busca el contacto acercándose o a distancia por medio
de miradas o sonrisas. En cuanto a la conducta exploratoria, utiliza al
progenitor como base segura, estableciéndose una afectividad compartida en la
que busca la proximidad al tiempo que es capaz de distanciarse y mantener un
contacto distante. Además, en el reencuentro se siente reconfortado por la
presencia de la figura de apego, de manera que puede volver a sus niveles
normales de juego y exploración más
rápidamente que los niños en donde se presentan los otros estilos. Su capacidad
de afiliación se pone de manifiesto cuando la extraña entra en la habitación, y
el niño se aproxima al cuidador para ir respondiendo de forma gradual a la
persona extraña, por quien se dejará consolar por la ausencia del progenitor.
Su comportamiento general es de recelo normal cuando entran en la habitación o
cuando se introduce la extraña, siguiendo de una implicación paulatina en la
exploración de lugar y de los objetos o en el intercambio social con la persona
desconocida.
Apego de evitación (tipo A). Se muestra muy activo con
los objetos pero no muestra un vínculo con la figura de apego, no la incluye en
sus juegos. No interactúa con ella, ofrece una imagen general de rechazo o
desinterés, e incluso puede llegar a mostrar una clara evitación. Experimenta
una escasa o nula ansiedad por la separación, de manera que no la busca, siendo
muy raro que llore en esta situación. Cuando la figura de apego regresa la
ignora o incluso expresa su deseo de estar solo; la evitación es especialmente
intensa durante un segundo reencuentro. Por otra parte, explora de forma activa
el entorno, pero sin buscar el acercamiento a la figura de apego ni interactuar
a distancia con ella. En cuanto a la afiliación se muestra amistoso con la
extraña tanto delante del progenitor como en su ausencia. Al final manifiesta
un extraño recelo hacia la habitación y hacia la persona extraña.
Los estudios señalan que las madres de los niños que
desarrollan un apego de evitación mantienen pocos contactos físicos con sus
hijos. Cuando se relacionan con ellos sus relaciones son más intensas e
intrusivas, haciendo que se sientan abrumados.
Las repetidas experiencias de rechazo y retraimiento
les llevan a pensar que las interacciones con sus figuras de apego les
resultaran aversivas o decepcionantes y que expresar afecto negativo es
inapropiado. Por consiguiente, adoptarán la estrategia de la evitación para
apartar su atención de la figura de apego durante los momentos de estrés,
resolviendo así el conflicto entre sus deseos y las expectativas de rechazo.
En el apego ambivalente (tipo C). Interactúan muy poco
con la figura de apego y cuando lo hace mantiene una conducta ambivalente de
aproximación y rechazo.
Al separarse experimenta una angustia muy intensa y
llora, pero se muestra muy pasivo y no la busca. En el reencuentro se resiste
al contacto y difícilmente se tranquiliza y consuela, de manera que no vuelve a
su nivel anterior de juego, ya de por sí bajo. El llanto se intensifica durante
la segunda separación y reencuentro. Le resulta difícil separarse y cuando lo
hace muestra una gran pasividad en sus exploraciones; después de la segunda
separación se muestra incapaz de distanciarse y explorar, no funcionando el
adulto como base segura. La interacción con la extraña es escasa o nula, tanto
en presencia del progenitor como en su ausencia; no le responde ni se deja
consolar cuando se queda solo con ella. Tiene miedo y recela de la habitación y
de la persona extraña, en especial durante la segunda separación.
La percepción de sus madres como indisponibles y no
predecibles explicaría el comportamiento ambivalente, colérico, vigilante y a
veces indefenso en la Situación Extraña de los niños con apego ambivalente.
Aunque sus madres a menudo se muestran insensibles, a veces interactúan de manera
sensible en función de su estado de ánimo o de sus deseos. Por consiguiente,
sus características predominantes serían la insensibilidad y la inconsistencia.
En los primeros estudios de la Situación Extraña se
detectaba un porcentaje pequeño de casos a los cuales no se les ubicaba en
clasificación alguna y fue hasta la década de 1990 cuando Main y Solomon al
analizar diversas muestras de niños (clase media, dificultades económicas, alto
riesgo, maltratados) validaron un nuevo tipo de apego que denominaron desorganizado
o tipo D.
La conducta del niño con un apego desorganizado no
presenta la consistencia ni la organización estratégica características de los
otros apegos inseguros, sino que se trata de comportamientos contradictorios,
extraños e incoherentes. Son siete los índices utilizados para evaluar este
apego según la Situación Extraña: expresión secuenciada de patrones
contradictorios de conducta; expresión simultánea de patrones contradictorios
de conducta; movimientos y expresiones sin sentido, mal dirigidos, incompletos
o interrumpidos; movimientos asimétricos, estereotipias y posturas anómalas;
rigidez, inmovilidad y lentitud de expresiones y movimientos; índices directos
de temor al progenitor; e índices directos de desorganización y desorientación.
El apego D puede desarrollarse por la indisponibilidad
psicológica de la figura de apego, por su comportamiento extremadamente hostil
o abusivo o por su pérdida real o simbólica. Unas condiciones ambientales
aberrantes limitarían en gran medida la capacidad del niño para apegarse a una
persona, como cuando sufre abandono grave o maltrato o se cría en un ambiente
institucional nocivo. Un contexto de relaciones caóticas y la fuerte
probabilidad de que los padres maltratadores tengan apegos inseguros a sus propios
padres. La desorganización se produciría cuando experimentan miedo ante ciertas
conductas atípicas parentales tan nocivas como el maltrato y relacionadas con
el apego, impidiéndoles desarrollar una estrategia organizada de apego o
provocando la ruptura de la estrategia seguida. Las conductas contradictorias,
extrañas e incoherentes del niño se deberían a la situación paradójica a que se
ve sometido: el cuidador es al mismo tiempo el origen de su miedo y la base
segura.
Hay que tomar en cuenta que la situación experimental
de Ainsworth es demasiado inusual para el niño y, por tanto, puede dar por
resultado observaciones engañosas. Además, deberíamos ser cautos acerca de
responsabilizar a los padres por completo de las perturbaciones del apego. El
temperamento infantil, producido por la genética, es responsable en parte de la
mayor seguridad de un niño comparado con otro. En el mundo ideal, los padres
mostrarían destrezas de crianza tan sensatas que podrían proporcionar los
cuidados suficientes para que todos desarrollaran un apego seguro. Pero en el
mundo real, la misma conducta parental que es adecuada para el niño promedio
puede dejar a un niño temperamentalmente vulnerable ansioso acerca del apego.
La ansiedad
por la separación de los padres aumenta alrededor de los 13 meses y luego
declina en forma gradual, esto no significa que nuestra necesidad de amar a
otros pueda desaparecer, en realidad nuestra capacidad de amor aumenta de otros
modos y nuestro placer de tocar y
sostener a quienes amamos nunca se desvanece. El poder del apego temprano, sin
embargo, disminuye gradualmente y nos permite movernos en un amplio espectro de
situaciones y comunicarnos con extraños con más libertad. Uno podría decir que
gran parte del ciclo de la vida se reduce a un ritmo conmovedor de apego y
separación, desde el apego de la vida fetal hasta la separación en el momento
del nacimiento, desde el apego infantil hasta la separación adolescente, desde
los apegos del matrimonio y de la paternidad hasta la separación de la muerte.
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