martes, 24 de noviembre de 2015

LA MENTE ES INCONTROLABLE

Hace poco un estudio reveló que algunas personas prefieren recibir una descarga eléctrica a permanecer 15 minutos sentados sin hacer nada, únicamente estando en silencio con su propia mente y pensamientos ¿Qué es lo que provoca que esta experiencia sea tan aversiva? ¿Qué características presenta la mente que constantemente debemos recurrir a distractores para lidiar con el aburrimiento o la misma incomodidad de nuestros propios pensamientos?

A pesar de las claras diferencias entre las antiguas religiones y tradiciones espirituales de la humanidad, todas reconocen que el estado mental ordinario o “normal” de la mente de la mayoría de los seres humanos, contiene un fuerte elemento que podríamos denominar disfunción, e incluso locura. El hinduismo se aproxima a esta disfunción como una forma de enfermedad mental colectiva llamada maya; que podría traducirse como el velo del engaño; el budismo utiliza el término dukkha para referirse al estado ordinario de la mente. Dukkha podría traducirse por sufrimiento, insatisfacción o desdicha y constituye una característica de la condición humana; pecado es la palabra utilizada por el cristianismo para describir el estado colectivo normal de la humanidad. El significado originario de pecar es fallar en un objetivo, como un arquero que no da en el blanco. Por tanto, pecar significa no acertar con el sentido de la existencia humana. Su significado es vivir torpemente, ciegamente y, como consecuencia, sufrir y causar sufrimiento.

La mente presenta algunas particularidades, si la observamos detenidamente podremos contemplar que el pensamiento parece estar siempre presente, nunca ausente (incluso cuando dormimos); parece ser incontrolable; suele estar divagando en el pasado o en el futuro, casi nunca está en el presente, en el aquí y en el ahora; se mueve en el terreno de lo conocido, de la memoria, del pasado; gran parte del tiempo está en lucha constante rechazando lo que es e intentando cambiarlo; también es temeroso, se dedica a prevenir posibles males futuros protegiéndose; se da continuidad a sí mismo;  se dedica a fantasear, proyectando imágenes, situaciones e ideas; se mueve obedeciendo un principio hedonista (se aproxima hacia lo que le proporciona seguridad, hacia lo que le resulta agradable y, se aleja o evita aquello que le produce temor o le resulta aversivo); está, en parte, controlado por las contingencias (especialmente de reforzamiento negativo); se relaciona con las emociones y con el cuerpo de forma bidireccional; el contenido o significado literal del pensamiento influye notablemente en la psicología de la persona; es relacional y arbitrario; la función de los estímulos puede transferirse a otros y/o transformarse; está sometido al control estimular ejercido por ciertas claves contextuales (internas: como un pensamiento, un  recuerdo, una sensación; y externas: como ver a un estímulo u oír un ruido); puede ser reaccionario, respondiente, automático; presenta un fuerte componente de control; suele actuar según ciertos hábitos tales como la queja, la agresividad, la impaciencia, la búsqueda de reconocimiento, las justificaciones, etc.; es fragmentario, divisorio, sectario; por lo que, no es holístico, no puede acaparar la realidad en su totalidad; puede ser repetitivo, obsesivo, valorativo, rumiativo, comparativo, condenatorio, recriminatorio, neurótico, etc., generando con ello un gran sufrimiento.

De todas sus particularidades son dos las que crean y mantienen el sufrimiento y el conflicto al vivir en piloto automático: la identificación y la reactividad. La mayoría de la gente está tan completamente identificada con la voz de su cabeza –el torrente incesante de pensamiento involuntario y compulsivo y las emociones que lo acompañan- que podríamos describirla como poseída por su mente. Cuando nos somos completamente conscientes de esto, creemos que el pensador somos nosotros. Eso es la mente egótica. Se le llama egótica porque hay un sentido del yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción, emoción. Nos identificamos con nuestro pensamiento. Es decir, podemos llegar a creer que somos esa voz que habla sin cesar “dentro” de nosotros. Cabe hacer explícito que al identificarnos con los pensamientos lo hacemos con las “cosas” del mundo externo; más exactamente con la “idea” que tenemos de esa “cosa”.

El otro aspecto central es el hábito de reaccionar automatizado de la mente. La mente está siempre reaccionando: captura un estímulo y responde. Parece no haber espacio en medio; entre el estímulo y la respuesta. En ese reaccionar no hay consciencia, no hay discriminación del proceso entre las relaciones conducta-conducta (entre pensar, sentir y hacer; establecidas arbitrariamente en la historia de la persona). En cierto sentido, hay esclavitud. Mindfulness implica ver el proceso, ser consciente de él; practicar mindfulness es generar un espacio entre los estímulos (externos e internos) y las respuestas (externas e internas), creando entre ambos un tiempo para responder más adecuadamente, aportando con ello cierta libertad. Este reaccionar automatizado o impulsivo de la mente, está basado fundamentalmente en un movimiento dicotómico, cuya base es puramente hedonista: ante algo agradable reacciona aproximándose, acercándose, para intentar conseguirlo, mantenerlo o tener más; y, por el contrario, ante una estimulación aversiva reacciona alejándose, evitando o escapando para eliminarlo y no estar en contacto con ello. A través de la práctica de mindfulness se desarrolla la habilidad de permanecer presentes con una ecuanimidad inalterable ante toda experiencia o estimulación (tanto agradable como desagradable, de origen interno como externo), por lo que la mente deja de responder con avidez y aversión (aproximándose y alejándose), permaneciendo inmóvil, atenta, calma y serena. Se trata de entrenarnos en diferenciarnos de nuestros pensamientos y emociones, de no dejarnos arrastrar por ellos, de dejar de reaccionar; se trata de permitirnos simplemente estar, simplemente ser.

El piloto automático, la inconsciencia con la que solemos vivir tiene una base biológica y evolutiva, y es que los procesos inconscientes tienen la ventaja de ayudarnos a procesar más información de manera simultánea con un menor coste energético. Por ejemplo, los patrones de acción fijos (PAF) son conjuntos de activaciones motoras automáticas y bien definidas, que cuando se activan producen movimientos bien delimitados y coordinados. La respuesta de escape, la marcha, la deglución, etc. Se podría considerar que los PAF son módulos de actividad motora que liberan al sí mismo de gastar tiempo y atención innecesarios, en todos y cada uno de los aspectos del movimiento en curso.

De la misma forma los hábitos son acciones o pensamientos que se presentan como respuestas, aparentemente automáticas, a una experiencia dada. Se diferencian de los instintos en que un hábito se puede crear, modificar, o eliminar bajo una dirección consciente. Los hábitos son valiosos y necesarios. William James sostiene que el hábito simplifica los movimientos necesarios para alcanzar un resultado, los hace más precisos y disminuye la fatiga. En este sentido los hábitos constituyen una faceta en la adquisición de habilidades. Por otra parte el hábito disminuye la atención consciente con la cual se ejecutan nuestros actos. Que esto sea ventajoso o no depende de la situación. Alejar la atención de una acción hace que esta sea más fácil de ejecutar, pero también la vuelve resistente al cambio. El hecho es que nuestras virtudes son hábitos, al igual que nuestros vicios. Toda nuestra vida, hasta donde tiene una forma definida, no es sino una masa de hábitos –prácticos, emocionales e intelectuales- organizados sistemáticamente para nuestra felicidad o infortunio y que nos arrastran irresistiblemente hacia nuestro destino, cualquiera que pueda ser este.


William James también hablaba de la importancia de la atención para poder entender a la experiencia antes de poder sentirla: mi experiencia es aquello a que estoy de acuerdo en entender. Sólo aquellas cosas que advierto moldean mi mente; sin el interés selectivo, la experiencia es un completo caos. Solamente el interés da acento y énfasis, luz y sombra, primer plano y trasfondo; en una palabra una perspectiva inteligible. Una persona incapaz de mantener la atención es abatida por las experiencias, es incapaz de ordenarlas y puede actuar de forma confusa y caótica. A pesar de que la atención está muy predeterminada por los hábitos mentales, es posible hacer elecciones reales incluso en contra de esta marea de respuestas.

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