Hace
poco un estudio reveló que algunas personas prefieren recibir una descarga
eléctrica a permanecer 15 minutos sentados sin hacer nada, únicamente estando
en silencio con su propia mente y pensamientos ¿Qué es lo que provoca que esta
experiencia sea tan aversiva? ¿Qué características presenta la mente que
constantemente debemos recurrir a distractores para lidiar con el aburrimiento
o la misma incomodidad de nuestros propios pensamientos?
A
pesar de las claras diferencias entre las antiguas religiones y tradiciones
espirituales de la humanidad, todas reconocen que el estado mental ordinario o
“normal” de la mente de la mayoría de los seres humanos, contiene un fuerte
elemento que podríamos denominar disfunción, e incluso locura. El hinduismo se
aproxima a esta disfunción como una forma de enfermedad mental colectiva
llamada maya; que podría traducirse como el velo del engaño; el budismo utiliza
el término dukkha para referirse al estado ordinario de la mente. Dukkha podría
traducirse por sufrimiento, insatisfacción o desdicha y constituye una
característica de la condición humana; pecado es la palabra utilizada por el
cristianismo para describir el estado colectivo normal de la humanidad. El
significado originario de pecar es fallar en un objetivo, como un arquero que
no da en el blanco. Por tanto, pecar significa no acertar con el sentido de la
existencia humana. Su significado es vivir torpemente, ciegamente y, como
consecuencia, sufrir y causar sufrimiento.
La
mente presenta algunas particularidades, si la observamos detenidamente
podremos contemplar que el pensamiento parece estar siempre presente, nunca
ausente (incluso cuando dormimos); parece ser incontrolable; suele estar
divagando en el pasado o en el futuro, casi nunca está en el presente, en el
aquí y en el ahora; se mueve en el terreno de lo conocido, de la memoria, del
pasado; gran parte del tiempo está en lucha constante rechazando lo que es e
intentando cambiarlo; también es temeroso, se dedica a prevenir posibles males
futuros protegiéndose; se da continuidad a sí mismo; se dedica a fantasear, proyectando imágenes,
situaciones e ideas; se mueve obedeciendo un principio hedonista (se aproxima
hacia lo que le proporciona seguridad, hacia lo que le resulta agradable y, se
aleja o evita aquello que le produce temor o le resulta aversivo); está, en
parte, controlado por las contingencias (especialmente de reforzamiento
negativo); se relaciona con las emociones y con el cuerpo de forma
bidireccional; el contenido o significado literal del pensamiento influye
notablemente en la psicología de la persona; es relacional y arbitrario; la
función de los estímulos puede transferirse a otros y/o transformarse; está
sometido al control estimular ejercido por ciertas claves contextuales
(internas: como un pensamiento, un
recuerdo, una sensación; y externas: como ver a un estímulo u oír un
ruido); puede ser reaccionario, respondiente, automático; presenta un fuerte
componente de control; suele actuar según ciertos hábitos tales como la queja,
la agresividad, la impaciencia, la búsqueda de reconocimiento, las
justificaciones, etc.; es fragmentario, divisorio, sectario; por lo que, no es
holístico, no puede acaparar la realidad en su totalidad; puede ser repetitivo,
obsesivo, valorativo, rumiativo, comparativo, condenatorio, recriminatorio,
neurótico, etc., generando con ello un gran sufrimiento.
De
todas sus particularidades son dos las que crean y mantienen el sufrimiento y
el conflicto al vivir en piloto automático: la identificación y la reactividad.
La mayoría de la gente está tan completamente identificada con la voz de su
cabeza –el torrente incesante de pensamiento involuntario y compulsivo y las
emociones que lo acompañan- que podríamos describirla como poseída por su mente.
Cuando nos somos completamente conscientes de esto, creemos que el pensador
somos nosotros. Eso es la mente egótica. Se le llama egótica porque hay un
sentido del yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación,
opinión, punto de vista, reacción, emoción. Nos identificamos con nuestro
pensamiento. Es decir, podemos llegar a creer que somos esa voz que habla sin
cesar “dentro” de nosotros. Cabe hacer explícito que al identificarnos con los
pensamientos lo hacemos con las “cosas” del mundo externo; más exactamente con
la “idea” que tenemos de esa “cosa”.
El
otro aspecto central es el hábito de reaccionar automatizado de la mente. La
mente está siempre reaccionando: captura un estímulo y responde. Parece no
haber espacio en medio; entre el estímulo y la respuesta. En ese reaccionar no
hay consciencia, no hay discriminación del proceso entre las relaciones
conducta-conducta (entre pensar, sentir y hacer; establecidas arbitrariamente
en la historia de la persona). En cierto sentido, hay esclavitud. Mindfulness
implica ver el proceso, ser consciente de él; practicar mindfulness es generar
un espacio entre los estímulos (externos e internos) y las respuestas (externas
e internas), creando entre ambos un tiempo para responder más adecuadamente,
aportando con ello cierta libertad. Este reaccionar automatizado o impulsivo de
la mente, está basado fundamentalmente en un movimiento dicotómico, cuya base
es puramente hedonista: ante algo agradable reacciona aproximándose,
acercándose, para intentar conseguirlo, mantenerlo o tener más; y, por el
contrario, ante una estimulación aversiva reacciona alejándose, evitando o
escapando para eliminarlo y no estar en contacto con ello. A través de la
práctica de mindfulness se desarrolla la habilidad de permanecer presentes con
una ecuanimidad inalterable ante toda experiencia o estimulación (tanto
agradable como desagradable, de origen interno como externo), por lo que la
mente deja de responder con avidez y aversión (aproximándose y alejándose),
permaneciendo inmóvil, atenta, calma y serena. Se trata de entrenarnos en
diferenciarnos de nuestros pensamientos y emociones, de no dejarnos arrastrar
por ellos, de dejar de reaccionar; se trata de permitirnos simplemente estar,
simplemente ser.
El
piloto automático, la inconsciencia con la que solemos vivir tiene una base
biológica y evolutiva, y es que los procesos inconscientes tienen la ventaja de
ayudarnos a procesar más información de manera simultánea con un menor coste
energético. Por ejemplo, los patrones de acción fijos (PAF) son conjuntos de
activaciones motoras automáticas y bien definidas, que cuando se activan
producen movimientos bien delimitados y coordinados. La respuesta de escape, la
marcha, la deglución, etc. Se podría considerar que los PAF son módulos de
actividad motora que liberan al sí mismo de gastar tiempo y atención
innecesarios, en todos y cada uno de los aspectos del movimiento en curso.
De
la misma forma los hábitos son acciones o pensamientos que se presentan como
respuestas, aparentemente automáticas, a una experiencia dada. Se diferencian
de los instintos en que un hábito se puede crear, modificar, o eliminar bajo
una dirección consciente. Los hábitos son valiosos y necesarios. William James
sostiene que el hábito simplifica los movimientos necesarios para alcanzar un
resultado, los hace más precisos y disminuye la fatiga. En este sentido los
hábitos constituyen una faceta en la adquisición de habilidades. Por otra parte
el hábito disminuye la atención consciente con la cual se ejecutan nuestros
actos. Que esto sea ventajoso o no depende de la situación. Alejar la atención
de una acción hace que esta sea más fácil de ejecutar, pero también la vuelve
resistente al cambio. El hecho es que nuestras virtudes son hábitos, al igual
que nuestros vicios. Toda nuestra vida, hasta donde tiene una forma definida,
no es sino una masa de hábitos –prácticos, emocionales e intelectuales-
organizados sistemáticamente para nuestra felicidad o infortunio y que nos
arrastran irresistiblemente hacia nuestro destino, cualquiera que pueda ser
este.
William
James también hablaba de la importancia de la atención para poder entender a la
experiencia antes de poder sentirla: mi experiencia es aquello a que estoy de
acuerdo en entender. Sólo aquellas cosas que advierto moldean mi mente; sin el
interés selectivo, la experiencia es un completo caos. Solamente el interés da
acento y énfasis, luz y sombra, primer plano y trasfondo; en una palabra una
perspectiva inteligible. Una persona incapaz de mantener la atención es abatida
por las experiencias, es incapaz de ordenarlas y puede actuar de forma confusa
y caótica. A pesar de que la atención está muy predeterminada por los hábitos
mentales, es posible hacer elecciones reales incluso en contra de esta marea de
respuestas.
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